El Gato Vivomuerto

Saturday, December 05, 2009

Del espíritu navideño (1)

Desde que soy chiquita, todo el mundo trata de estafarme con el cuento de que la Navidad son los buenos deseos, el amor y la amistad, reunir a la familia y otros –trilladísimos- valores.

También me florean y me florean con ese cliché tan bacán de que la Navidad, no son los regalos.

Yo debo confesar que me encantan los regalos. Adoro recorrer calles y avenidas buscando detalles perfectos, me vuelvo loca pensando cuál será ese detalle perfecto que le robará la sonrisa más linda del mundo a la persona a la que le voy a regalar algo y me desvivo planificando la envoltura perfecta para el regalo perfecto y las palabras perfectas para entregar un regalo perfecto. Amo los regalos.

Y en contraparte, cuando alguien me regala algo soy capaz de llorar de la emoción cuando detecto que ese regalo tomó tiempo, reflexión y que costó largos caminos.

Sin embargo, los relojes no se han detenido esperando que Pablito comprenda el verdadero significado de la Navidad. Y todos repiten como borregos que la Navidad no son los regalos.

Entonces que alguien me explique –por favor- a qué se debe que por todos lados la ametrallen a una con huevadas como “dona un juguete” o “ayúdame a organizar la chocolatada de los niños de Santo Ramiro de Piñonate”. Ellos también merecen su chocolate aguado con Panetón con astra. Y su Papanuel y sus regalitos.

Y esas “buenas acciones” los hacen sentir mejores personas. Las veces que he participado, lo único que logré fue sentirme más miserable que nunca al no poder hacer algo real para que esos niños tengan una vida mejor, no menos pobre de cosas sino menos pobre de afecto, de sueños, de esperanza.

¿En qué quedamos? Antes, me sentía obligada con las propuestas y me iba a regañadientes a enterrar mis zapatos en algún cerro y repartir juguetitos y servir chocolatada. Al final lo único que hacemos es que su próxima navidad, sin obra de caridad, sea más infeliz. O hacemos que los pobres niños pobres se convenzan justamente de que la Navidad, son los regalos.

A mí particularmente me jode regalarle a un niño que no conozco, un juguete que no sé si le gustará. No sé si le gustan los muñequitos o los carritos o los juegos de mesa. No sé finalmente si no será una niña que, como yo a su edad, se sienta un poquito desilusionada al recibir una muñeca cuando lo que le gustan son las pelotas.

Y finalmente, tampoco sé si sus papás no venderán al día siguiente la pista de carreras que compré a cien soles el cuarto de ciento en mesa redonda.

Y ese creer que con cualquier cojudez serán felices, es bien autocomplaciente. Si no, que se pregunten los exaltados impulsores del espíritu navideño qué pasó por su cabeza la última vez que recibieron un champú o un par de medias.

Muy bien, me van a preguntar ¿Y qué hago yo en Navidad? Respondo, nada. Solamente observo con tristeza lo poco que mi familia se esfuerza por disimular que en realidad, esta fiesta solo nos pone más tristes. Porque cada vez somos menos los que compartimos el pollo, porque extrañamos mucho todavía, porque no fue a nosotros a quienes se nos incendió la casa mientras dormíamos.

Total, el 26 se acaba toda la novela y ya podemos ser normales otra vez.


Labels:

0 Comments:

Post a Comment

<< Home