El Gato Vivomuerto

Saturday, February 17, 2007

Desempleada (o las estupideces que la gente piensa mientras camina a su casa)

Esta tarde, mientras caminaba de regreso a mi casa apliqué algo de biología consciente acerca de lo que ocasionaba los nudos en la garganta. El momento más duro fue devolver mis fotochecks, pero sobretodo firmar el cargo, los amigos de alguna manera seguirían por ahí, ojalá.

Al pasar por el garaje de la embajada de Italia, recordé un cuento pésimo de Ernesto sobre un fracasado que dos días después de perder su trabajo decidió ir a la embajada de Macondo para pedir una visa y quizás así reinventar su vida. El clímax del cuento llega cuando al bajarse de la combi y pararse en la cola, descubre, pobre infeliz, que se había guardado en el bolsillo de la camisa blanca un lapicero rojo destapado. Cómo lo descubre no es difícil intuirlo, la tinta del hijodeputa lapicero se había derramado sobre la camisa como si fuera adrede.
Siempre me gustó pensar que se trataba de una guayabera, igual que cuando leí La Tregua, podría jurar que Santomé usaba guayaberas.
Seguía tratando de dar un paso tras otro al mismo tiempo que pensaba en los causantes psicológicos y las respectivas consecuencias físicas que desaten, o mejor dicho, aten un nudo en la garganta. También pensaba en el pobre tipo de Ernesto.
Bueno, lo primero es lo primero. Mañana me voy a Bujama aprovechando que hay una casa donde caer por allá. Dormir como una morsa en la arena, terminar de leer los tres libros que había dejado a medias, y tomar algo que me nuble la mente.
Pasaré por Metro para comprarme un par de Guisquis, de hecho, si me había propuesto pensar este evento como afortunado, había que celebrar. Aun a pesar de que no hay trago que me cause más repulsión que el Guisqui. Está bien, seamos consecuentes. Lo que compré fue vodka. Ni siquiera era buen vodka porque frente a la góndola tomé conciencia de que reventar la billetera y esperar a fin de mes ya no era una opción. Detalles, que le dicen.
Luego comencé a dar vueltas por las callejas del supermercado a ver si encontraba algo que me ayudara a subir el ánimo, sobre todo porque los psicotrópicos durante episodios como éste me están contraindicados. Llegué a un punto en que solo caminaba con mis botellas en las manos ya sin pensar en los productos de mediopelo que se exhibían, sino en qué iba a hacer. Qué hacer para pasar la menor cantidad de tiempo posible como hija de mamá. Felizmente no estaba tan perdida como creía.
Tengo que llamar a mi amigo fulano del programa tal. Quiero su puesto y él me dijo hace poco que se pensaba ir de ahí. Buscar el teléfono de fulanito de tal que alguna vez, tratando de salvar mi alma, me ofreció una chamba en el diario donde trabaja él. Mi prima fulanita es amiguísima del dueño del diario equis, seguro ella puede mover sus influencias por ahí. Buscar también a fulano mengano y sutano, porsiacaso sepan de algo.
OKOK. Tengo que actualizar mi ridículum. mierdaaaaaaaaaaaaaaa. Necesito un celular nuevo, el viejo ya no sirve ni para ver la hora y el de la empresa, obviamente, lo tengo que devolver. Comprar un celular. Eso hice ipso facto y salí de la tienda.
Pensé en tomarme un taxi a la casa, pero la distancia era de esas para las que el taxi es absurdo y el micro da flojera esperarlo. Caminé. Entonces recordé cómo la puerta del canal se había abierto como en capítulo final de reality show. Brotó una tímida carcajada que se volvió desvergonzada cuando me descubrí a mi misma diciendo para adentro el clásico discurso de aspirante a "America's next top model" cuando la acaban de eliminar.
Son huevadas y que se vayan todos a la mierda, pensé. Por lo menos ahora podré dormir en las noches sin dar vueltas en la cama tratando de decidir si soy deshonesta o conformista, que por qué no dije nada cuando pasó tal o cual cosa, que ellos se van a arrepentir tarde o temprano de chuparsela sin pudor al presidente.
También cruzó por mi mente la réplica "las uvas están verdes". Pero de verdad, felizmente la terapia grupal Hakuna Matata, ya no era para mí. Espero que definitivamente.
Llegué a mi casa más temprano que tarde y cuando busqué la llave en mis bolsillos, mi mano salió con una avisada mancha... azul... de tinta... de lapicero. Como al fracasado del cuento de Ernesto, se me había derramado la tinta de un hijodeputa lapicero en el bolsillo.
Ahora estoy tomandome un vaso de vodka y como colofón algo que me gustaría repetir para la gente, puedes cuestionar mi talento, mi inteligencia o mi eficiencia, pero mi vocación, estimadísima, la cuestiono yo, si me da la gana.
Cualquiera se cae, y más en determinadas circunstancias. Mi conciencia no necesita lavado con lejía y mi frente solo necesita un empujón, uno propio. Los gatos, vivos o muertos, siempre caen de pie (creo) y por lo demás, como diría una buena amiga, yo siempre estoy bien, a pesar de que mi pantalón sí vaya a necesitar lavado con lejía, Liguria, que no hay plata para más.

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